Valledupar desde la otra orilla

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PRESENTACIÓN
En cada latido, una palabra
 
Estos poemas de José Atuesta Mendiola, están escritos con el corazón abierto, como si quisiera que cada latido se uniera a la palabra que talla, con el cincel de la sangre, el verso y la metáfora. Es la madurez del poeta, que se levanta ante la ciudad que ama y no admite nada más que la visión clara y verdadera del sentimiento y de la historia, Valledupar desde la otra orilla, la orilla desde donde no se admiten ni frases vanas, ni verdades a medias. Allí se plantó, con su mirada brillante, a cantar el vate dolido, a devolverle un salmo por los suyos: Dadle, Señor, los años del patriarca / Para que siga inventando el desfile de la lluvia / en la extensa ceremonia de la vida. Desde allí recordó a su padre en la errancia de las horas, que no se llevó en su partida, porque fue legado eterno: Te veré, padre, siempre en las mañanas/Avivando en el jardín de los colores de las rosas / Y la mística sonrisa en los ojos de mamá.
 
Son poemas renovados que sobrenadan en el misterio del ser y de la muerte, que no divagan, que son certeros. Reconocen el olor del viento del pueblo de la infancia, y la dureza del suelo de las calles «que repiten los amaneceres del agua».
 
Son poemas decantados en la historia, que conocen la vida y los sueños de las heroínas de antes: María Concepción Loperena; y de ahora: Consuelo Araújo Noguera. Que palpan la enjundia chimila y ” la respiración blanca de las nieves” de los sabios koguis, sabios, solitarios. Que se asoman al folclor para escuchar el bisbiseante monólogo de Francisco El Hombre y la nostalgia irredenta del pintor Jaime Molina, “que no conoció el sencillo roce de las olas”.
 
Son poemas que sobrecogen, en el dolor de la mujer del guerrero; en el canto infinito de Diomedes Daza, por los árboles paisanos; en la tenacidad apostólica de la maestra Juana. Son una mirada, son un suspiro, son una mano dura que protesta, son los latidos fuertes de un nombre que se besa al repetirlo. Son cantos que encierran, en un verso, la esencia de los hombres y de la tierra que va desde aquí hasta la otra orilla, retazo de mundo amado y reprendido; alabado y fustigado; bendecido y castigado; eterno en el recuerdo y en los afectos.
 
Demuestra, una vez más, el poeta Atuesta Mendiola, que su misión está signada por la magia bendita que habita en los seres escogidos, no de otra forma se puede entender cómo logra entrelazar la belleza altiva con la sonoridad humilde de las palabras; cómo diseña el amor en cada trazo y cómo desbarata, sin violencia, el dolor y los escombros que va dejando la vida en su pasar indiferente ¡o cómo exalta la vida misma en su pasar fecundo!
 
Leer este libro es hundirse en un rapto de felicidad. Es sentir en cada letra el latido acompasado de los sueños, el latido atronador de la historia que nos es común. Es sumergirse en la paz, para conocer la guerra y fustigar la fealdad que se asoma en nuestras vidas. Es saber que hay un poeta que encontró la forma de derrotar la ausencia de afectos; de recordar a los que pisaron con valentía el camino; de recordar a los ya idos, con una sonrisa blanca o con una lágrima que no duele sino que extraña. Valledupar desde la otra orilla, es un libro para tener a mano, para abrirlo en cualquier momento la seguridad de que siempre lo encontraremos nuevo, que siempre estará latiendo, vivo, apasionado, tierno, porque fue escrito con el corazón abierto.
 
Mary Daza Orozco
 
Valledupar, octubre de 2004
 

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