Estación de los cuerpos
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Lúdico amanecer de la palabra
A la poetisa Rosita Santos
Una cerbatana de luz
celebra la vida en tu cuerpo de mujer.
Amanece azul el reino de las palabras.
Crece tu voz
por el cielo mulato de América.
Repite la profecía de la flauta
olvidada por los ángeles del bosque,
repite el canto de aquel mar
que guarda el último verso de Alfonsina.
Cuando el abrazo vuelve
a la pródiga llanura,
tu voz, sombra en la sequía,
abraza el olvido del guerrero
en la noche anterior a la batalla.
Abraza al pájaro que vuela sobre el hombro
porfiando con la suya el ala del sombrero.
La vieja Sara y sus diatribas contra la guerra
¿Quién destierra los jardines
de las puertas de la madrugada
para que ustedes lleguen preguntando por la guerra?
Tantos desiertos cruzan por sus manos
Y entre los dientes la hiel envejeciendo,
la sombra larga de los días.
Para ustedes generales, la guerra es inevitable.
Es obsesión estar lejos de la cálida caricia
a media noche, mientras el carbón encendido
de jóvenes valientes llena de ceniza la vida.
Y ustedes, generales,
con una medalla exaltan el honor a la muerte.
Generales, yo soy la misma que alberga
el collar famoso y el blanco flequeteo.
La misma a quien la noche le repite el nombre.
La misma que enraizó el árbol de una dinastía,
yo soy la vieja Sara: Yo no creo en la guerra, generales,
no creo en la fatídica desesperanza de la hora señalada
ni creo en los áulicos que agitan
el velamen del destierro.
Yo creo en la levedad de la música,
en la palabra que antecede a la sonrisa.
Creo en el verde flotante de las ramas que alucina
al viento de las aves. Creo en la peregrinación suprema
de los hombres en el agua.
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