Esperar es el verbo en el corazón de las madres
Esperar es el verbo en el corazón de las madres
El tiempo no cicatriza la tierna voz de la madre, su palabra es perfume sonriente y sempiterna eufonía en la memoria de sus hijos.
En Colombia, el Día de la Madre es una fiesta nacional que se celebra el segundo domingo de mayo, institucionalizada por el Congreso de la República a través de la Ley 28 de 1925 (febrero 16), en el gobierno del presidente Pedro Nel Ospina (1922-1926). La esencia de la celebración es resaltar su fortaleza de espíritu y su bondad en la crianza y formación de sus hijos.
El tiempo no cicatriza la tierna voz de la madre, su palabra es perfume sonriente y sempiterna eufonía en la memoria de sus hijos. Ella es una peregrina que expande el amor por los caminos de la esperanza y la abnegación. La tolerancia es una flor en sus labios y, con infinita prudencia, practica la bondad del perdón. Para el amor de madre no existen caminos imposibles, su generosa piedad es inagotable y, con el poder de la fe, abre senderos de luz.
Las madres quieren vestirse de fiesta, lucir el color de los jardines para ofrendar a Dios los cánticos de amor, en compañía de sus hijos. La vida, como la noche y el día, está llena de penumbra y de esplendor. Los hilos de la alegría y de la tristeza trenzan los colores del tiempo en su corazón. Hay madres que silenciosas disfrutan el sosiego del edén en la poesía, y otras se ven afligidas por los fuertes golpes de circunstancias inesperadas.
Cada madre vive situaciones particulares. Unas viven en la tranquilidad de los bienes terrenales y en la placidez espiritual de la bonanza; otras sueñan con las condiciones básicas de la subsistencia y el fervor de la plegaria, como regocijo para el alma. Y hay otras que llevan a cuestas la agonía del desplazado en desfiles trashumantes que no encuentran dónde colgar sus sueños y, entre la desolación y ausencia, huyen del miedo y la muerte…
Esperar es el verbo de los latidos del tiempo en el corazón de las madres. Muchas madres colombianas han envejecido esperando que las promesas de diálogos de paz entre los grupos armados y los gobernantes se hagan realidad; ellas bogan en ríos de lágrimas que generan los grupos armados, que en el afán de la guerra practican actos terroristas de lesa humanidad. ¡Ya basta de tanta sangre inútilmente derramada!
Las madres reclaman más oportunidades para que sus hijos, a través de centros culturales, aprendan a desarrollar su talento en teatro, pintura, literatura, danza y música. Reclaman que haya centros deportivos, canchas abiertas y entrenadores para soñar con ser deportistas de alto nivel y alejarse de la tentación de las cantinas y las drogas. Reclaman que haya más fuentes de trabajo.
También hay madres católicas que tienen hijas que desde la niñez vienen perfeccionando su fe y vocación, y pertenecen a pequeñas comunidades de las parroquias; sueñan que pronto se haga realidad la petición de un colectivo activista que reclama igualdad de género en la Iglesia: en el primer día del cónclave agitaron bengalas rosas cerca del Vaticano, para exigir que se permita a las mujeres ser sacerdotisas.
Por José Atuesta Mindiola