Un tambor roto en la pisada

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PRESENTACIÓN
 
El ejercicio de la docencia no ha impedido a JOSE ATUESTA MENDIOLA perseverar en su vocación poética. En los años de su plenitud vital sigue inclusive cuestionando, sin aparente polémica, las formas tradicionales del poema. Su curiosidad experimentadora y la lucidez de su búsqueda de un lenguaje que exprese con eficacia y validez suficientes una determinada percepción de las cosas y su peculiar actitud ante la experiencia del mundo, constituyen al mismo tiempo el mayor de sus riesgos. Esto no va sólo en el sentido del fracaso interno de algún poema en particular cuyo texto se precipitaría en lo banal o lo absurdo, sino que también se trata del riesgo del aislamiento. Empero, este de algún modo resulta ser inevitable en el marco de una sociedad tan indiferente respecto de la poesía, como poco más que un chiflado y un “improductivo”. No obstante, esta situación antagónica entre el poeta y su medio histórico, viene desde el principio de la modernidad. Por eso Jean Paul Sartre, en su rico estudio sobre Baudelaire, afirma -aludiendo a la sociedad moderna- que la vocación poética es vocación de fracaso. Aquí, la palabra fracaso significa desde luego una minusvalía relativa al tipo de exigencia pragmática y utilitaria que plantea este tipo de sociedad a cualquier individuo.
 
Pero yo hablo en esta ocasión, y sin desmentir dicho concepto de Sartre, de un aislamiento a la segunda potencia, es decir, el que se produce en un poeta y su obra respecto de su propia generación intelectual. En el primer tipo de soledad, o sea aquella que está implícita en situación denunciada por Sartre, es el poeta mismo y la poesía como objeto cultural quienes deben oponerse a la trivialidad y la discriminación. En el segundo caso que he mencionado, el problema es de otra índole y puede darse, inclusive, en épocas durante las cuales las relaciones entre la poesía y la sociedad son mucho más positivas. Aun entonces un poeta singular puede ser incomprendido o malinterpretado por sus propios colegas y hasta por los llamados especialistas de los estudios poéticos. Esta expectativa podría estar latente ya en el caso de Atuesta Mendiola, en la medida en que sus exigencias de individualidad y de calidad parecen a veces estar rompiendo las fronteras estructurales internas del poema, en algunos de los más promisorios de sus textos.
 
Este libro, Un tambor roto en la pisada, se abre con un breve canto del poeta a su propia vida, prolongada en su poema y en sus hijos. Ingenuo en apariencia, su título no podría ser más explícito: “Me reconforta saber que estoy vivo”; y, con ese fingido candor que solo la lírica tolera, el poema irrumpe con la bendición se imparte a sí mismo:
 
Bendito soy
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Y el segundo verso, más largo, inicia el despliegue del sentido de esa autobendición:
 
Desde que mi madre inventó el invierno
En el cielo vertical de la memoria.
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La primera estrofa culmina en un verso declarativo cuya intención se torna desafiante bajo el estentóreo crujir de esta máquina de barbarie y de muerte que hoy es Colombia:
 
Me reconforta saber que estoy vivo.
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Ni más ni menos, es el hombre común de este país sin soberanía y sin respeto quien descubre y celebra por boca del poeta el hecho de estar vivo.
 
Ningún otro tema pudo ser más adecuado para iniciar el libro: Estar vivo aquí y ahora… ¡Qué increíble!
 
Tal es el signo, a la vez histórico y metafísico, que rige el presente poemario de Atuesta Mendiola. Como colombiano de estos tiempos de infamia, el poeta celebra esta casualidad fabulosa con quienes, como él, nos asombramos de sobrevivir todavía.
 
Sin embargo, también es bajo el signo de la fatalidad y la muerte como discurre el accidentado, expuesto y por instantes turbio lirismo de Un tambor roto en la pisada. Fijémonos en el título: su idea, la asociación de las palabras que lo integran, no son gratuitas. Esta asociación auditiva así evocada (inarmónico y bronco sonido que produciría un tambor estallado bajo la hiperbólica pisada), sugiere cierta provocación estética y moral cuyo análisis, con el método estructuralista, por ejemplo, llevaría lejos.
 
El poema que lleva el mismo título del libro tiende a ser enigmático. Hay aquí a veces tal distancia semántica entre un par de versos y el par que lo antecede o lo sucede, que se produce como una ruptura del sentido. No tanto entre verso y verso, como entre un par de ellos y otro par. En consecuencia, el texto se va extendiendo en sucesivos pareados que son, por sí solos, unidades de sentido. Para ilustrar esta idea, separemos estos pares:
 
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En los símbolos del cuerpo
La música pierde sus acordes
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Las escalinatas se hacen montañas
En la lenta enumeración de los pasos
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Una estampa de penumbra
Bordea el cansancio de los párpados.
 
Esta peculiaridad es frecuente a lo largo del libro y, tanto por su frecuencia como también por la compactación de su sentido, parece constituir un “sistema” de poetizar, antes que una carencia de aptitudes líricas. En ocasiones aquellas unidades se dan de tres en tres versos, sin que por esto varíe el fenómeno de fondo ya anotado. Ahora bien, si tomamos como “fragmento” cada una de estas piezas de dos o tres versos, podríamos afirmar que a menudo los poemas de Atuesta Mendiola han introducido metódicamente en su interior el fragmento sobrecargado de significación. Si lo pensamos mejor, un mosaico de fragmentos no posee verdadera “interioridad”. Porque, estrictamente hablando, cada uno de estos bloques de dos o tres versos sería el comienzo de un poema propio. De esta percepción nuestra es de donde nos viene la sensación de lo enigmático. En efecto, el fragmentarismo que aspira allí a configurar el poema como totalidad, y que de hecho más bien bloquea el impulso de estructuración del poema como obra, confiere al texto resultante el aspecto de un material que hubiese hecho explosión pero cuyo estallido se ha congelado. En el centro de la página escrita el misterioso texto se ofrece macizo y solitario a nuestra mirada. Pero si tratamos de introducirnos en él, de compenetrarnos con su ser, descubrimos una arquitectura de escombros, con frecuencia espléndida. Pegados entre sí por el tiempo, o por la intención subjetiva del poeta, podemos sin embargo separar algunos de ellos y traerlos a casa.
 
En últimas, Atuesta Mendiola tiene con su vivencia, su sensibilidad y su talento mucho por poetizar. Tanto y tan fervoroso y bullente, que quiere poner todo cada vez en el poema. Y esta ambición de instantánea totalidad plantea de hecho lo imposible. La “obra” (una sola, autosuficiente) es siempre por esencia, un espacio, un tiempo y un contenido limitados. Con frecuencia en un solo texto hay varios poemas iniciados. De ahí el que este poemario de Atuesta Mendiola contenga varios libros, muchos poemas cuyos comienzos están formulados allí. Y los hay eventualmente muy buenos. He aquí una germinación abundante que exige muchos textos sucesivos, el trabajo de una vida. De tal modo se evidencia en estas páginas la presencia del Poeta.
 
JAIME MEJÍA DUQUE
 
Valledupar, abril 2001

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